Desde el viernes pasado llegaron a
México miembros de varias agencias de inteligencia de Estados Unidos
para participar en la investigación del ataque a dos agentes de la CIA
el viernes pasado en la zona de Tres Marías. Desde el momento en que
sucedió, la Embajada de Estados Unidos entró en frenesí y se decretó una
alerta roja a todo el personal norteamericano en territorio mexicano,
porque no tenían claro qué es lo que había pasado.
Esa noche la Embajada emitió un
comunicado donde aseguró que el vehículo diplomático en el que viajaban
había sido “emboscado”, sin dar mayores detalles. En medio de su
incertidumbre, de lo único que tenían certeza es que se había tratado de
un atentado premeditado.
La información que manejan algunos
funcionarios estadounidenses es alarmante. Fuentes con acceso a ellos
afirman que los asesores fueron atacados cuando regresaban a su base. Lo
que han reconstruido es que la agresión comenzó en el camino de
terracería hacia la instalación, cuando una camioneta se les emparejó,
los identificó visualmente y empezó a dispararles. El vehículo de la
Embajada maniobró y regresó a la carretera federal a Cuernavaca, donde
otros automóviles se sumaron al ataque.
El parte de la Policía Federal habla de
cuatro vehículos con los que se topó cuando les hizo el alto, que al
hacer caso omiso de él, los siguió hasta que llegaron a la carretera.
Ahí, según el parte, siguieron al vehículo diplomático mientras que los
otros tres tomaron con rumbo de la ciudad de México y desaparecieron.
El ataque es uno de los más graves en
reciente memoria a estadounidenses en un país donde no están en guerra.
Los agentes son parte de un grupo de asesores que en coordinación con la
DEA, la CIA y el Comando Norte, capacitan a las fuerzas especiales de
la Armada mexicana en 55 bases secretas en México. Una de ellas es la
del Cerro del Capulín, en el municipio morelense de Xalatlaco, donde los
entrenan en instalación de radares –en otras dan cursos contra
guerrilla, narcotraficantes y terroristas-.
Funcionarios de ese país sostienen que
los agentes federales estaban en un retén y cuando se aproximaba el
vehículo diplomático, les dispararon e hirieron a los agentes. El parte
policial, sin embargo, asegura que los agentes fueron quienes los
trasladaron al hospital para ser atendidos, lo que no explica que si
eran parte de los agresores, porqué no los remataron.
Esta es una de las incógnitas del
incidente que despierta tanta preocupación entre los estadounidenses,
que no saben quién filtró la información del vehículo donde iban los
agentes, a qué horas regresarían a la base y, un dato no menor, quién
reveló la ubicación de una de las instalaciones secretas que tienen en
México.
El tema de la filtración los tiene
paralizados, pues no se si provino de las fuerzas de seguridad mexicanas
o de las estadounidenses. La PGR investiga si hay indicios del crimen
organizado en el atentado, como temen los estadounidenses.
De ser así, sería la primera vez desde
que Rafael Caro Quintero, uno de los jefes del Cártel de Guadalajara,
ordenó el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, a
mediados de los 80s. Osiel Cárdenas, jefe del Cártel del Golfo, estuvo a
punto de matar a un agente de la DEA y uno del FBI hace una década,
pero el temor de una represalia como en el caso de Caro Quintero, lo
inhibió.
Funcionarios estadounidenses sugieren
que el autor material es uno de los capos de la droga, no necesariamente
un cártel, pero no ven cómo podría desafiarlos sabiendo la magnitud de
la represalia, si no tuviera otro tipo de ayuda superior. Por eso la
alarma. ¿Quién podría estar detrás del atentado? ¿Cuál es el grado de
infiltración que existe en este tipo de operaciones? Sin respuestas aún,
las consecuencias son incalculables.
En el corto plazo, la paralización de
sus actividades contra los narcotraficantes en territorio mexicano. En
el largo, expuesta la vulnerabilidad de las operaciones en México, quién
decidió declarar una guerra tan temeraria, a Estados Unidos.
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