Cero Grados.-Existen pocos lugares tan caóticos o peligrosos
como Venezuela. “La vida en Caracas” es una serie de historias cortas que busca
capturar la calidad de vida surrealista en una tierra en total caos.
Cuando tengo suerte, un hilo de agua fluye por las
desvencijadas cañerías de mi edificio de apartamentos. Cuando tengo mucha
suerte, dan 30 minutos seguidos de H2O. Eso es suficiente para llenar el tanque
de unos 200 galones (unos 750 litros) en mi cocina y hacer una celebración.
Voy a hacer algo loco y dejar correr el agua hasta que se
ponga muy caliente antes de meterme a la ducha.
El tanque está conectado al sistema de distribución del
edificio, por lo que no tengo que estar presente para recolectar el precioso
líquido. En alquileres anteriores, no tenía red. Cuando el agua empezó a fluir
misteriosamente de las tuberías, corrí a llenar cubos, ollas, tazas de café,
cualquier cosa.
Cierto, en Caracas, vivimos sin acceso seguro a una extensa
lista de elementos fundamentales para la vida, desde papel higiénico hasta
pasta dental. Pero si me preguntan, los grifos secos son lo más desagradable de
la escasez épica.
Los platos se limpian y reutilizan, y la ropa no es algo que
se lave regularmente, aunque, personalmente, no llego al extremo de usar varias
veces la ropa interior o los calcetines. Le preguntas a tus amigos si está bien
tirar la cadena. A menudo no. Estamos sudados y, sí, con mal olor,
especialmente en la temporada de lluvias cuando la humedad puede superar el 80
por ciento. También estamos en riesgo, porque el agua estancada en las vasijas
que las personas esconden alrededor de sus hogares atrae mosquitos; las tasas
de malaria se han disparado.
Los más pobres, como de costumbre, son los que más sufren,
aunque nadie se salva. Los hospitales y las escuelas, los barrios elegantes y
los barrios marginales, todos se quedan sin agua, a veces durante semanas
enteras, haciendo que esta sequía provocada por el hombre sin duda sea el
desastre más igualitario que el gobierno socialista jamás haya logrado crear.
Hay solidaridad en nuestra existencia pegajosa, que nace de
una infraestructura que se desmorona. No nos avergonzamos de pedirle la ducha a
un conocido, y golpear las puertas a altas horas de la noche para avisar que el
agua comenzó a fluir de repente no es molesto, sino que muestra que eres un
buen vecino. En una nación profundamente dividida, manifestantes de todas las
tendencias políticas han salido a las calles para bloquear el tráfico y
levantar carteles que dicen "El agua es un Derecho".
Para los súper ricos, se encontró una solución bastante
efectiva. Ahora cavan sus propios pozos. Personas uno o dos niveles por debajo
de ellos pagan para que empresas que recogen agua de manantiales en las
montañas cercanas les lleven diariamente el vital líquido en camiones. Los
necesitados van por su cuenta a los manantiales. Cada fin de semana llenan
viejos coches destartalados de niños y botellas y bañeras para hacer el viaje.
Y una vez que los contenedores están llenos y los niños se han bañado, vuelven
a casa.
Fuente: http://www.elfinanciero.com.mx
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