lunes, 25 de agosto de 2014

La Rinconera

LOS DISCAPACITADOS

Por Fernando Ruiz del Castillo

Estoy seguro que no son todos, pero puedo afirmar también que lo son en su mayoría.

No hace muchos años, meses en algunos casos, los veíamos no solo pidiendo el voto, sino solicitando apoyos y respaldos para llegar al cargo que aspiraban y por lo que ofrecían trabajar incansablemente en caso de que el voto los favoreciera.


Después de un fuerte saludo de mano, con las venas a punto de saltar, aquella muestra de afecto se convertía en un abrazo sonoro con dos palmadas en la espalda, como buenos políticos decían y luego, la foto que no podía faltar.

Y qué mejor que hacerlo ante un grupo de amigos, en el comedero político de moda para publicarla en alguno medio y, claro que no podía faltar, en el famoso “feisbuk” o el twitter.

Eran tiempos de búsqueda del voto cuando no importaba abrazar los obreros, hombres y mujeres que sudorosos pero con cortesía o en ocasiones obligados, los recibían en sus centros de trabajo y sus humildes viviendas.

O subir en brazos a aquél niño que con los cachetes partidos por el frío, se acercaba curioso ante la algarabía de la avanzada.

O de abrazar y hasta besar a las viejecitas chimuelas y cabellera blanca que en su arrugas y el ceño fruncido demostraban su desconfianza y al mismo tiempo la esperanza de que, ahora sí, les resolverían sus problemas.

Pero ya pasaron esos tiempos.

Hoy desde su cómoda curul o su refrigerada oficina, rodeados de cortesanos y asistentes, han dejado atrás esa etapa de su vida mandándola al espacio de los malos recuerdos.

Y hoy también usted los ve desplazándose en sus oficinas totalmente alejados y ajenos a los problemas de la sociedad.

Algunos y algunas hasta han cambiado de “look”.

Ellos dejaron atrás las camisas de cuadros para rejuvenecerse con el lino de colores chillantes y ellas abandonaron la secadora en el baño de su casa para acudir o esperar diariamente a su estilista.

Atrás quedaron los pantalones y las camisetas de “la Wall Mart” para transitar ahora a las ofertas del Ross y el Burlington.

Irrespetuosos, ocupan su tiempo pegados al celular que se ha convertido en una extensión de sus manos y sus ágiles dedos que se desplazan por el teclado contestando y redactando mensajes de texto.

Otros volteando desesperados para buscar a sus colaboradores y chasquear sus dedos exigiéndoles con su dura mirada se acerquen “ipso facto” a recibir instrucciones precisas: “Pídeme un café”.

En el atril, él o la diputada se concentran a leer textos redactados por sus colaboradores evidenciando no solo su falta de práctica en la lectura sino que, por desgracia, dejan en evidencia que ni siquiera se dieron tiempo para revisarlo.

De la dicción ni hablamos.

Pero ni importa. Nadie de sus compañeros se da cuenta y si lo nota, apenas es motivo de una broma y un ligero “bullying” legislativo pues generalmente, en su mayoría, han pasado por los mismos problemas.

Pero si no son capaces de reconocer sus errores ni convertirlos en áreas de oportunidad para mejorar como políticos, la situación se agrava cuando de aceptar que muchas de esas personas que ahora los observan fueron quienes los ayudaron a estar en el lugar que ahora ocupan.

Amparados en sus múltiples ayudantes ahora miran sin ver, oyen sin escuchar y hablan sin parar. A todo dicen que sí, pero pocas veces dicen cuándo y mucho menos cómo.

Dicen que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Como periodistas hay quienes tenemos la oportunidad de compartir más tiempo con estos personajes y somos quienes, con mayor claridad y en algunos casos mayor gravedad, detectamos estos cambios de personalidad.

“Este ya se mareo con un ladrillo”, se suele decir.

Y en el Congreso del Estado hay varios que sufren del síndrome del ladrillo, sin darse cuenta de que el tiempo avanza muy rápido y que ya les quedan apenas un par de años para regresar a la realidad y en algunos casos, volver a la rutina de su hogar o de su modesto trabajo.

Para muchos de ellos se acabarán los amigos de ocasión, el glamour de los medios, las llamadas del gobernador o del Secretario, las invitaciones a cenas de gala, reuniones de beneficencia, las giras nacionales e internacionales, las fotos y felicitaciones en Facebook y en twitter.

Será entonces cuando tal vez empiecen a reflexionar sobre la frase del libertador de origen argentino José de San Martín (1778-1850) quien con toda claridad la más grave discapacidad que suele afectar a algunos actores de la clase política mexicana.

“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.

No hay comentarios: