lunes, 21 de mayo de 2012

La explotación en San Quintín

Rosarito Informa.-“Dicen que no es necesario ir hasta el sur del país”. La miseria, la explotación casi esclavitud se puede encontrar en esta frontera; aunque aquí es peor,  porque en sus pueblos miles soñaron que al llegar tendrían una vida mejor, mencionan  los jornaleros del Valle de San Quintín.


A 190 km al sur de la cabecera municipal del gran puerto de Ensenada , donde con solo abrir un poquito la boca, toneladas de polvo impiden la respiración a más de 60 mil indígenas de los pueblos triqui, mixtecos  y zapotecos, se ubica San Quintín.

 Un poblado de aspecto árido y desolado que desde antaño frece un triste panorama, los rostros de la explotación del norte de México.

 Familias de hasta 8 integrantes que viven en pequeñas casas de cartón, lamina y si tienen suerte las detienen cimientos de madera; donde todos los días (de madrugada) hay que arribar el camión que los llevará a los campos agrícolas y donde los “patrones” les pagarán  unos 130 pesos diarios por trabajar “hasta que el cuerpo se desvanezca”.

Son las tres treinta de la mañana, el parque público ya luce atascado: niños, jóvenes, ancianos. Familias enteras, parejas, hermanos, todos comparten algo en común: “vamos a chingarle”, lamentan.

Una jovencita de apenas 16 años contó que desde chiquita sus papas originarios de Oaxaca la llevaron a trabajar en el campo: ala pizca de cebolla en un campo agrícola denominado “Los pinos”.

Ahora ella, sus papas y sus hermanos incluido el más pequeño (de apenas 11 años) todos los días trabajan jornadas completas de trabajo sin sueldo fijo: “el surco lo pagan a 20 pesos o a 35 pesos”, explicó

Incluso ya establecieron su vestimenta: pantalón desaliñado, cachucha y un paliacate para cubrir la mitad de su rostro, para convertirse en “momias”, como dijo una jornalera; que ya se ha convertido en el uniforme oficial de los jornaleros de San Quintín.

También los hay jornaleros agrícolas jóvenes, su rutina es diferente a la de los niños y los ancianos que hacen largas filas para comprar el café y el champurrado. Encontraron un nuevo escaparate a su realidad, antes de arribar los camiones que envían sus “patrones” y “mayordomos” se reúnen y se comparten porros de marihuana.

La faena es dura, en San Quintín pega duro el sol y los sueldos son insignificantes; a pesar de eso dicen que hay patrones que pagan mejor, apenas unos pesos más tal vez cinco o diez, por eso decenas de indígenas pelean o huyen de algún camión.

En uno de los muchos ranchos agrícolas localizado al norte de San Quintín, aquí no hay hospitales ni doctores cerca, solo grandes extensiones de tierra que a lo lejos asemejan una gran alfombra verde.

No es nada fácil accesar, primero hay que hablar con el “mayordomo”, y es que como en su mayoría los jornaleros agrícolas migrantes llegaron enganchados por otros “mayordomos” del sur de México. Como quien dice ya vienen recomendados para pizcar fresa, cebolla o tomate que más tarde serán exportados a los Estados Unidos.

Así que se tiene que esperar hasta que llegue el “Patrón” y como quien dice “de la bendición” o cuando menos “el visto bueno”, aunque para las mujeres es más difícil ingresar que para los hombres, “rinden menos… no van aguantar”,  expresó un “mayordomo”

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