jueves, 1 de mayo de 2014

Expediente Confidencial

Por Gerardo Fragoso M.


 Caravana con sombrero ajeno


 Listo para ser investido como héroe de los burócratas, José Roberto Dávalos Flores, presidente de la comisión de Gobernación, Legislación y Puntos Constitucionales, tomó su lugar al dar inicio a la sesión que su cónclave dictaminador celebró la tarde del 29 de abril.


 Dávalos esperaba sumar unos valiosos puntos en el ábaco con el que ha jugado y jugará toda la legislatura: Su ambición de ser presidente municipal de Tijuana.

 Consideraba tener todos los cabos atados: Una asamblea estatal y un sindicato divididos, una ley indefendible desde la perspectiva del trabajador, la veneración de la disidencia trabajadora.

 Veneración obtenida a base de engaños, pues Dávalos les había inoculado que solo él, en su calidad de presidente de la citada comisión, podría salvarlos de su Apocalipsis parlamentario.

 Y, con el arranque de la sesión, empezó la ejecución del libreto escrito por Dávalos y sus asesores.

Todo marchaba sobre ruedas hasta que una decena de asambleístas determinó hacer una versión libre de la historia original delineada por el perredista.

  Resulta que, antes de la sesión, el secretario General de la sección tijuanense del sindicato de Burócratas y cabeza visible de la disidencia, Manuel Oceguera Villa, y la líder estatal del mismo, Victoria Bentley Duarte, se habían reunido con tres diputados claves: René Adrián Mendívil Acosta, Cuauhtémoc Cardona Benavides y Gustavo Sánchez Vázquez, en la sala de Presidencia del recinto parlamentario.

 Mendívil, Cardona y sus compañeros Rodolfo Olimpo Hernández Bojórquez, Felipe de Jesús Mayoral Mayoral y Miriam Josefina Ayón Castro, habían construido una adenda para salvar la reforma a la ley del Servicio Civil. La cuestión era simple: Se avanzaba un poco esta vez o no habría avance alguno, al menos, hasta 2017, ya que los dos siguientes años son electorales y nadie le iba a entrar al tema.

  El documento redactado se concentraba en finiquitar el polémico capítulo II, titulado ‘De la supresión de empleos públicos’ –corazón de la reforma que delinearon la administración estatal, la municipal de la capital bajacaliforniana y Bentley–, que habría permitido a cualquier gobierno correr empleados sindicalizados al por mayor.

  De lo perdido, lo hallado. A la propuesta de Mendívil, Cardona, Mayoral, Hernández y Ayón, se sumaron Sánchez, Francisco Alcibíades García Lizardi, Armando Reyes Ledesma, Fausto Gallardo García y José Alberto Martínez Carrillo.

  Oceguera apoyó el escrito, Bentley lo rechazó y fingió demencia, luego, en la sesión, ante el subsecretario de Gobierno para Asuntos Legislativos, Rubén Ernesto Armenta Zanabia.

 Con dicha propuesta bajo el brazo, la citada decena parlamentaria llegó a la sesión de la comisión de Gobernación, Legislación y Puntos Constitucionales.

 Dávalos andaba en su libreto cuando le deslizaron el citado documento. Primero, no supo o no quiso saber qué hacer con él, hasta que Mendívil y el diputado mexicalense Juan Manuel Molina García le indicaron el procedimiento.

  Y decimos que no supo o no quiso saber porque el perredista entendía bien que el citado documento lo tiraba del pedestal al que ya se había subido. Sin capítulo II, la disidencia estaría contenta, y el ya no se podría investir como salvador de los derechos de la clase trabajadora.

 Por eso, a Dávalos se le puso el gesto adusto ante la adenda, la mirada pálida y su voz, ronca de forma intrínseca, dibujó los decibeles de la molestia.

  Su apuesta, consistente en derrotar a la reforma con un dictamen negativo, así como la obtención de un aval para este en el pleno, se desdibujaba. Ese camino lo investía como héroe de los sindicalizados y, lo mejor, en el terreno donde más lo necesitaba, que es Tijuana.

  Entonces, empleó varias tácticas dilatorias –el martes era el último día para darle tramite a la mencionada reforma–, tales como darle la palabra al presidente del colegio de Abogados Laboristas, Mario Cervantes Williams, así como a Oceguera y Agustín Morales Osuna, líder del Sindicato Estatal de Trabajadores de la Educación de Baja California.

 Ante la insistencia de Mendívil y Cardona para que deslizara y votara la adenda, Dávalos puso a uno de los autores de la misma a leerla completa, proceso que llevó más de 30 minutos.

  Como no tuvo de otra que aceptar y avalar la misma, Dávalos pidió que su equipo encargado de la relación con medios de comunicación le redactara un boletín donde lo único que faltó es que se dijera que los burócratas lo habían sacado a hombros del palacio legislativo, como si fuera Eloy Cavazos tras una corrida apoteósica. 

 Dávalos demuestra que no tiene un ápice de ética cuando, en su comunicado, no menciona a los autores del documento citado.

 Si ese corchete no hubiese existido, con Dávalos y sin Dávalos se hubiese ido al pleno la reforma con todo y el capítulo II. Y, probablemente, se hubiese aprobado. Y, en unos meses, decenas de empleados basificados hubiesen salido del gobierno.

 Y es que un presidente de comisión, como lo es Dávalos, por más presidente que sea, no puede, solito, evitar que una iniciativa suba al pleno, o que llegue a este de tal o cual forma. Aunque Dávalos se hubiese opuesto, si los restantes 24 diputados estuvieran de acuerdo, el capítulo 2 se sube al pleno, se vota y, eventualmente, se aprueba. En el supuesto de que el integrante del partido del sol azteca se negara a dictaminar, bastaba subir una iniciativa con dispensa de trámite y voilá.

 Se vale presumir logros, pero no ajenos, y menos aprovechándose del desconocimiento que la mayoría tiene del procedimiento legislativo.

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