Rosarito Informa.-Hay temas que de pronto invaden la discusión pública. Hace años fue el de la prostitución, luego el del comercio sexual y recientemente es el de la trata con fines de explotación sexual. Me impresiona que los discursos reivindicatorios de muchas activistas suelen mezclar el comercio sexual y la trata, y exigen con igual indignación la eliminación de ambas prácticas. Yo creo que se trata de fenómenos distintos que llegan a traslapar ciertas cuestiones, pero que difieren en algo crucial: la libertad de quienes realizan el acto sexual. No es lo mismo tener la posibilidad de salirse del lugar de trabajo, incluso de abandonarlo totalmente, que estar secuestrada. Y aunque la trata no es prostitución, sino esclavitud, en lo que comercio y trata coinciden es en el asunto de los clientes. Tanto en el comercio sexual como en la trata de mujeres con fines de explotación sexual la clientela está compuesta casi absolutamente por hombres.
Eva Giberti, relatora en la OEA por Argentina sobre trata, explica cómo se llegó a un acuerdo internacional para dejar de lado los eufemismos y hablar de la responsabilidad que tienen los clientes. Ella logró que en las Conclusiones y Recomendaciones de la Segunda Reunión de Autoridades Nacionales en Materia de Trata de Personas de la Comisión de Seguridad Hemisférica del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (2009) se aceptara incluir lo siguiente: Promover acciones que contribuyan a visualizar la acción negativa del denominado cliente o usuario en tanto es quien alimenta el círculo de explotación sexual y tiene responsabilidad en la generación de la demanda de trata de personas para propósitos de explotación sexual.
La relatora señala que la aparición de la palabra “cliente” en un documento internacional que se ocupa de trata de personas con fines de explotación sexual es el resultado de una ardua lucha iniciada hace décadas por las feministas. Recuerda que para muchas de éstas no se debería hablar de clientes sino de violadores, puesto que las mujeres privadas de su libertad no pueden más que aceptar lo que de hecho son violaciones sucesivas. Ella denuncia la tibieza de las recomendaciones que encubre la brutal responsabilidad de los “clientes” en ese delito contra la integridad personal. La palabra “cliente” no sirve para calificar a un hombre que no se inmuta cuando entra a una habitación a tener relaciones sexuales con una chica que ha sido secuestrada, que probablemente está drogada y que en ocasiones le pide ayuda. Esa palabra no basta, se queda corta, y es más apropiado usar el término “cómplice del delito de trata”.
De ahí que Giberti hable de la importancia que tiene visualizar y difundir la acción negativa de ese tipo de clientes. Ella es muy crítica de la expresión “desalentar la demanda” porque oculta la responsabilidad del “cliente” que se da cuenta, aunque no lo reconozca, de la situación de esclavas de esas mujeres. Y sin embargo paga y las usa, sin importarle averiguar más, sin denunciar, sin tratar de ayudarlas. ¿Cómo se “desalienta” un acto de inhumanidad? Hay que dejar de llamarlos “clientes” y empezar a nombrarlos como lo que son: cómplices de las mafias de trata, que trasladan su mercancía de mujeres por todo el mundo. La palabra “cómplice” no deja espacio para la duda.
Fragmento del análisis que se publica en la edición 1900 de la revista Proceso, ya en circulación.
Fuente: proceso
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